Esos atardeceres de invierno son los mejores, humedad en el aire, techo de nubes y sol en el mar. Recién llegando a Tamarindo y con el sol ya bajo el horizonte, no quedaban muchos minutos, me tiré del carro como atacado y bajé al estero con cierta precaución (por aquello de un cocodrilo), apenas para llegar a los últimos rayos de sol. María José y Aurora fueron la compañia perfecta para ver esa tarde pero segura.